La inclusión en la dieta de un desayuno diario y equilibrado, se ha asociado con un mayor rendimiento
físico e intelectual y con una óptima ingesta de algunos nutrientes, contribuyendo a equilibrar la dieta,
mejorando el aporte a las ingestas recomendadas y, en definitiva, previniendo o evitando deficiencias nutricionales. Además, ayuda a conseguir una correcta distribución de las calorías a lo largo del
día y, de esta manera, al mantenimiento del peso. El aporte calórico y el equilibrio nutricional del desayuno
tienen una estrecha relación con la prevalencia de obesidad.
Los nuevos estilos de vida y la sensación de falta de tiempo, han dado lugar a cambios en el modelo
tradicional de distribución de las comidas y han afectado sobre todo al hábito del desayuno con
una tendencia a realizar desayunos cada vez más ligeros e incluso a omitirlos. Este problema se
agrava si se tiene en cuenta la también continua tendencia a aligerar las cenas, dando lugar a una
distribución horaria de las comidas a veces irracional con repercusiones negativas en el estado nutricional
y en la salud. Además, incluso, entre las personas que desayunan habitualmente, el desayuno
es, muchas veces, nutricionalmente poco satisfactorio, tanto desde el punto de vista cuantitativo
como cualitativo.
El organismo necesita energía y nutrientes para ponerse en marcha, especialmente después de las largas
horas de ayuno transcurridas desde la cena. El desayuno aporta, precisamente, la energía para
empezar el día.
En la infancia y en la adolescencia –etapas de máximo crecimiento–, el desayuno juega un papel decisivo
en el óptimo desarrollo. En los adultos permite mantener una dieta equilibrada y en las personas
mayores, además de ser una comida apetecible y deseada, presenta la ventaja de incluir alimentos fáciles
de conservar, preparar, masticar y digerir.
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